"Interrumpimos este programa para ofrecerles a Agallas, el perro cobarde. Presentando a ¡Agallas, el perro cobarde! Abandonado siendo un cachorro, fue recogido por Muriel, que vive justo en el centro de Quimismo con su marido Eustaquio Habichuela; pero el desasosiego llego a Quimismo, es el momento de que Agallas salve su nuevo hogar."

De esta manera tan peculiar, emulando a las antiguas retransmisiones televisivas americanas, comienzan los capítulos de una serie que me encanta a varios niveles.
Agallas es una suerte de perro rosa que se asusta hasta de su propia sombra; pero tiene la mala suerte de vivir cerca de algún tipo de grieta en los límites de la realidad, porque los sucesos normales tienen a ocurrir solo de vez en cuando. Lo bonito del personaje es que, a pesar de su miedo y de las horribles criaturas que le martiricen, es capaz de enfrentarse a lo que sea con tal de proteger a su dueña, Muriel y en ocasiones también a su dueño, pese a que Eustaquio es un viejo horrible y desagradable que no deja de humillarle y asustarle en cuanto se presenta la ocasión. Nunca me he podido explicar como una mujer tan dulce, generosa y caritativa puede soportar a un ser tan ruin, avaro y desagradable.

Algunos guiones de los capítulos son dignos de esas series como historias para no dormir, la zona muerta o los límites de la realidad, salvando las distancias, porque siempre hay un tono de humor de trasfondo y suelen acabar bien. Si, suelen. Hay algunos capítulos, pocos, en los que la definición de final feliz no termina de encajar; pero, como suele suceder allí donde la realidad se retuerce, al siguiente capitulo volvemos al punto de partida como si no hubiese pasado nada.


Uno de estos capitulos es el del Teatro de Fusilli, un director de teatro que se presenta en la remota granja de Eustaquio y Muriel y les ofrece la oportunidad de participar como actores, lo cual es una trampa, ya que todo el que suba al escenario de Fusilli, acaba convertido en marioneta. Agallas logra escapar del hechizo, pero no Muriel y Eustaquio. Al final Fusilli cae presa de su propio encantamiento y termina transformado también en títere; pero Agallas no consigue revertir el hechizo, así que se lleva las marionetas de sus dueños a casa y trata de volver a recuperar su vida normal, manejándolos por turnos, incluyendo los momentos en que Eustaquio le asusta. A mi personalmente me pareció algo triste y un tanto retorcido.

Y es que hay muchos mensajes detrás de la serie, lo que se suele decir, para los padres. Cosas que un niño no puede comprender; pero que son guiños a los adultos que vean los dibujos con ellos.

El que más me impactó fue el capítulo de la máscara. En ese, Agallas conoce a una chica (bueno, un animal antropomórfico) que oculta su rostro tras una máscara y que odia profundamente a los perros. La razón de su odio es que ella tenía una amiga intima del alma (Sinceramente, eran bastante más que simples amigas); pero esta amiga (Bunny, otro animal humanizado) se enamoró de un perro jefe de una banda callejera que la trata como a una esclava y que era tan celoso que no toleraba su amistad con ella, así que la echó y la amenazó de muerte, de ahí que oculte su rostro.
Dejando de lado que la relación más allá de la amistad de las dos chicas, la brutalidad del novio, el maltrato psicológico al que tenía sometida a Bunny y sus celos enfermizos son un tema bastante espinoso para una serie infantil; pero mira, si consiguieron que este sea uno de los capítulos que más recuerde de la serie, es por algo.

Patos manipuladores con acento francés, un peluquero desquiciado con cierto gusto por la rima, ratas danzarinas, pollos extraterrestres, maldiciones de todo tipo con momias incluidas, científicos locos amargados, hongos de los pies ladrones de bancos, hamsters que prueban cosméticos en humanos, patitos celosos y posesivos, institutrices perfeccionistas e intransigentes, una horda de berenjenas revolucionarias,... Lo que no le pase a Agallas, no le pasa a nadie.